Secaderos en la Vega de Granada

El 2 de julio pude, por fin, ver la película Secaderos en el cine Madrigal, el que mantiene viva la pasión por el cine tal y como lo conocí en los años en los que yo era un jovencito, pero esa es otra historia. El caso es que, al comenzar la película, me vi reflejado en ella, las personas hablaban como yo y como las personas que conozco, es decir, como se habla en la Vega de Granada. 


Cartel de la película Secaderos, de Rocío Mesa

Para mí fue una agradable sorpresa ver a esa niña que iba a la Biblioteca Pública de Chauchina haberse convertido en una espléndida actriz. Me refiero a Ada Mar Lupiañez Huertas, la protagonista de la película. Pero de algún modo surgió un vínculo que iba más allá de la historia de Nieves y que se relacionaba con lo que yo he vivido y sentido en la Vega y lo que veía y sentía que quiere trasmitir la película, que no es más que un alegato por la Vega de Granada, reflejado en los secaderos como metáfora de una forma de producir y vivir que, poco a poco, está desapareciendo, si no es que ya ha desparecido y quedan esos secaderos como fósiles de una época que ya no existe, engullida por el asfalto de calles de urbanizaciones, carreteras y autovías. 

Es por ello que las imágenes del interior de los secaderos, construidos con materiales como la madera o las cañas, que ya han perdido su función principal, la de secar el tabaco una vez segado entre mediados de agosto y septiembre, proyectan una imagen nostálgica y a la vez, cual último mohicano, de supervivencia en un mundo hostil, abocados a la ruina y a la desolación y, sin embargo, creando una extraordinaria belleza, como se muestra a continuación. 


Interior de un secadero. Fotografía de Juan José Casado.


Interior de un secadero con las sogas para atar el tabaco. Fotografía de Juan José Casado. 



Contraste de luces y sombras en el interior de un secadero. Fotografía de Juan José Casado. 

Esa imágenes han sido captadas por artistas como Francisco Carrero que, junto a José Miguel Gómez Acosta, en La Luz sitiada. Secaderos y ruinas de la Vega de Granada, libro que vio la luz en 2017, son capaces de combinar la estética visual con la poesía. Como dice Cristina García en ese libro, "los últimos verdes de las plantas de tabaco se apagan contra el horizonte de cemento; los viejos secaderos se yerguen en su anacronismo convirtiéndose en extraños homenajes al tiempo". 



Cubierta del libro La Luz sitiada. Secaderos y ruinas de la Vega de Granada, 
que se puede consultar aquí




Exterior de un secadero de tabaco con hojas colgadas. Fotografía de Juan José Casado. 

En este punto nos podríamos preguntar si se puede hacer algo para la supervivencia de estas estructuras, que no son más que la cara visible de un sistema de cultivo condicionado por una producción venida a menos, ya no solo por las condiciones naturales de la Vega, sino, y más importante aún, por la consideración social del mismo producto y por cuestiones de rentabilidad económica de las grandes empresas del sector tabaquero. En mi opinión, poco podemos hacer. Pero sin podemos, y mucho, en el campo del patrimonio cultural, pues los secaderos han estado ligados a unas formas de vida propias de un espacio rural, la Vega, que ha impregnado la identidad de la comarca. 

Los usos y costumbres ligados al cultivo del tabaco, la propia construcción de los secaderos y, sobre todo, la imagen paisajística que  han generado en la Vega de Granada, acumulan un acerbo de cultura material e inmaterial del cual no podemos prescindir. 

En este sentido es fundamental la tesis doctoral de Juan Francisco García Nofuentes, Los secaderos de tabaco en la Vega de Granada. Una indagación gráfica, que puede consultarse aquí, fundamental para contextualizar el fenómeno de los secaderos como primer paso para conservar estas edificaciones. 



Portada de la tesis doctoral de Juan Francisco García Nofuentes

En mi opinión, este tipo de secaderos más frágiles, deben recibir ayudas para su mantenimiento y su adecuación como espacios culturales que integren una ruta, la de los secaderos, que se pueda utilizar como reclamo turístico. El primer paso, por tanto, sería contemplar la conservación de los secaderos, junto a una labor educativa, realizando propuestas didáctica que integren estos espacios y el paisaje cultural en el currículo a través de situaciones de aprendizaje interdisciplinares. El segundo, llevar a cabo una labor de recopilación de información y materiales que puedan ser utilizados, tanto a nivel didáctico como turístico. Y, por último, encauzar la voluntad y la creatividad de las iniciativas que vayan surgiendo, pues las posibilidades son amplias, ya que la Ruta de los secaderos podría alternarse con la Ruta de las fortalezas, que sigue sin despegar. 


Secadero de cañas en el camino rural de la Vega Alta, Chauchina. Fotografía de Juan José Casado. 


Juan José Casado




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